Hola
Te escribo a la distancia
en la distancia de un mar de teclas
y lenguajes extraños.
Te escribo porque, debo admitirlo,
hay algo que extraño.
Extraño nuestras charlas infinitas,
esa mezcla entre juegos de fantasía
y debates de crudas realidades.
Extraño tu voz, tus piropos,
las canciones que me regalabas.
Extraño, sobretodo,
nuestros juegos de backgammon.
Estabas ahí,
yo sabía que estabas ahí
todo el tiempo, y sin tiempos
incluso cuando la pantalla estaba negra
y en silencio los sonidos del mar.
Y extraño,
y sobretodo, extraño a gritos,
aquel corazón de niña arrancado,
aquel terrible desgarro de ilusión,
aquel momento cúspide
en que tus palabras abofetearon mi pintura
de bellos árboles y cascadas infinitas,
mostrándome, más allá del velo,
lo gris que puede ser el cemento.
O tal vez,
extraño esa complicidad que hubo,
en aquel instante mismo
en que las estrellas se apiadaron de mí
y me invitaron a seguirles.
Y les prometí,
(y me aprometí a mí misma)
que tendría suficiente valor, antes de acompañarlas,
de resistir acá,
a tu lado,
y a tu distancia.
(Recuerdo el rocío de aquella noche,
pegándoseme a los ojos,
estriñéndome la mente y el cuerpo…
Las nubes como espíritu,
flotando en el cielo…
Las estrellas brillantes y extasiadas…
el frío de mi cuerpo en la noche tibia…
Recuerdo aquella hamaca,
aquella estrella brillante que casi alcanzo con mis manos y con mis pies.
Recuerdo que casi aprendo a volar…)
Tal vez, por eso busco hoy,
a la distancia,
otras luces amigas,
que me abracen fuerte
y me mantengan firme.
Hoy,
cuando el cuadro de recortes
vuelve a desmigarse
encima de la cabecera de mi cama.
Y te extraño…
Y extraño a aquel ser
que se paraba a la orilla de cada ruta…
Mis estrellas, mis fuerzas mágicas
que, quién sabe cuando,
escondí en un cajón.